sábado, 18 de octubre de 2008

Templarios: parte II…



Hubo un tiempo en el cual morir por un dios, por una fe y por una causa, llenaba los corazones de una Europa que empezaba a resurgir de sus cenizas. Había que recuperar los santos lugares, había que expulsar al infiel, había que llevar la cristiandad por todo el mundo. Esa misión encomendada en la mente de aquellos Papas y reyes que dejaron sus arcas de oro en aquellas empresas apodadas “cruzadas”. Pero sobre todo debemos resaltar una vez más la vida de aquellos monjes guerreros llamados “Templarios”.

La orden de temple debía tener vigor y eso sólo lo podía ofrecer la iglesia de Roma. Por eso gracias a la ayuda de dos hombres, los caballeros templarios expandieron su maravilloso imperio. El primero fue Balduino II rey de Jerusalén, que envió una carta al abad Bernardo de Claraval, que podríamos decir que fue el segundo. Este miembro del clérigo fue uno de los iniciadores de la orden del Cister en Francia.

Al leer la carta enviada por el rey de Jerusalén, Bernardo de Claraval que era pariente de algunos miembros de la orden puso toda su maquinaria en marcha para que los caballeros templarios fueran recibidos y bendecidos por la iglesia católica. Esto tubo lugar en el “concilio de Troyes” en el año de 1.118. Asistieron prelados franceses y de lugares próximos: dos arzobispos, diez obispos, siete abades, una muchedumbre del clérigo y, como plato principal, el Cardenal Mateo de Albano que era el legado papal.

Después de semanas de interrogatorios y preguntas, Bernardo de Claraval consiguió el visto bueno de la iglesia. La orden del temple había renacido con la bendición del Papa y gracias a las gestiones del abad francés consiguió que príncipes y nobles ayudaran a la orden. Del mismo modo San Bernardo fue también el autor de las reglas del temple, estas regidas según la rígida Regla Cister. Nombrando como maestre de la orden a Hugo de Payns.

Después de haber sido bendecida dicha orden, los cinco templarios que estuvieron presentes en el concilio se expandieron por los reinos europeos y encontraron sin ninguna complicación la ayuda necesaria para su nuevo porvenir. Hugo de Payns y sus caballeros donaron a la orden sus tierras y de esta forma empezaron a crecer.

La fuerza mental que ejercían estos monjes caballeros mezclaba con los ideales de la época, cristiano y caballeresco. Por eso en las charlas de los cinco templarios solían entrar en los ideales de las personas y en muy poco tiempo nuevos miembros fueron entrando en la orden. Consiguieron grandes donaciones de todos los países visitados y en muy poco espacio de tiempo, gracias también a la ayuda del Cister fueron empezando a ser un imperio emergente.

Hugo de Payns, el más famoso templario del momento hizo un recorrido por su país. Francia se rindió a los pies de aquellos monjes guerreros que defendían Tierra Santa y todos los nobles franceses, incluido Felipe I rey de Francia le rindieron pleitesía.
Fueron tales las donaciones recibidas, las iglesias abiertas y las charlas en los pueblos que la locura de las gentes llevó al cielo a la orden del temple. La misión estaba resuelta, habían reclutado una infinidad de reclutas, habían enviado una inmensa cantidad de oro y plata a su cuartel general y habían dejado un legado en todos los reinos europeos que les proporcionaría la llegada de más reclutas. Toda una empresa muy bien diseñada y estructurada.

En los años siguientes la orden del temple siguió defendiendo la llegada de peregrinos a Tierra Santa y acompañando a las misiones del rey de Jerusalén Balduino II. La primera fortaleza que llegó a ser del temple estaba lejana del reino de Jerusalén, situada en la frontera de los territorios latinos. Esa fortaleza estaba situada en las montañas de Amanos y en los años venideros una de las misiones de la orden era proteger esa frontera. Para proteger el camino a Belén y en lo que era la conocida marca de Amanos, tomaron una fortaleza situada en lo alto de un peñasco. La fortaleza era conocida con el nombre de Bragas, pero ellos la denominaron Gastón.

Para tener el control del paso de Hajar Shuglan, tomaron los castillos de Darbsaq y la Roche de Roussel. En la Cisterna Rubea entre los caminos de Jerusalén y Jericó, justo en el centro construyeron un castillo, una estación vial y una capilla. También tuvieron una torre en Bait Jubr at- Tahtani, un priorato y un castillo en el monte de la Cuarentena y su último castillo estaba situado junto al río Jordán.

Pero en el transcurrir de los años llegó la inesperada muerte de su primer maestre. Hugo de Payns falleció el 24 de mayo de 1.136, la muerte del cual sigue siendo un misterio todavía por resolver, pero sabemos que no fue en combate. Pero no todo fue malo para la orden del temple, en el año de 1.139 el Papa Inocencio II dictó la bula Omne Datum Optimum, dicha bula consistía en que los caballeros de la orden del temple solo dependían de la justicia directa del Papa. No existía ningún poder eclesiástico intermedio que pudiese dictar alguna orden a estos monjes guerreros. Es más, tenían la potestad para que ellos mismos pudiesen elegir a sus nuevos miembros como capellanes y evitando los poderes de arzobispos y obispos de Tierra Santa y Occidente.

Pero como no podía ser de otra manera el poder que habían alcanzado estos monjes guerreros género muchas envidias, muchos miembros del clérigo no vieron con muy buenos ojos el poder que poseían estos hombres. Aumentado en los papados de Celestino II y Eugenio III con la creación de la bulas Milites Templis 1.144 y Militia Dei 1.145. En las cuales fuese quien fuese el Papa de Roma debía ofrecer ayuda a la orden del temple, pues la prioridad de la iglesia católica era conservar Tierra Santa y los templarios su mayor valor para ese objetivo.

Pero, ¿cómo se iniciaba un templario? ¿Cuáles eran los rangos de la orden? ¿Qué misterios escondían estos monjes guerreros? ¿Cómo llegó su decadencia?. Estas preguntas serán resueltas en los próximos trabajos…


Un saludo.

J.A. Díaz García.





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